martes, 7 de diciembre de 2010

El Chavo del 8 visto desde el 2010

Además de divertidos, los personajes son vanidosos, egoístas y crueles.


Por Juan Carlos Lemus

Su microuniverso tiene como punto de partida un barril instalado en una vecindad del Distrito Federal, en México. Se trata de un niño pobre —para muchos divertido y enternecedor— llamado Chavo del Ocho. Su vida y ocurrencias han sido aplaudidas en Latinoamérica, Japón, Alemania, Portugal, Estados Unidos, Francia, Italia y otros países.El personaje es el eje de un escenario en el que cohabitan otros niños y adultos. La serie de televisión, vista por primera vez en 1972, tiene seguidores, pero también detractores. Eso no debería extrañarnos, pues hasta los íconos sagrados de la Humanidad son cuestionables y tienen sus críticos que los despluman; por lo que despellejar los contenidos de una serie humorística es tan solo un acto rutinario de la semiología, o la sociología, según sea el caso. Recordemos, a propósito, el revolucionario ensayo Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, que analiza desde la lente marxista la literatura de masas.

De manera que cuestionar el inocente barril y su entorno no es algo novedoso, pero es real y puede resultar interesante observar desde otro punto de vista lo que nos entretiene. Por ejemplo, esa serie que a muchos nos hizo reír, podría resultar un cosmos despiadado, prejuicioso, violento y cruel. En efecto, nuestro amigo el Chavo del Ocho no titubea en arreglar a golpes sus diferencias con Quico. A su vez, el Chavo es golpeado frecuentemente por un tipo haragán —Don Ramón— que sufre las burlas y provocaciones de un niño egoísta y estúpido —Quico—, cuya madre prejuiciosa —Doña Florinda— lo cachetea cuantas veces quiere. Don Ramón —ese golpeador de niños— no solamente es víctima del desempleo, sino que mantiene —como escribe el ensayista chileno* Juan Carlos Ramírez— “una falta de iniciativa alarmante”.

El sector educativo, representado en el Profesor Jirafales, se evidencia como ente corrupto cada vez que el maestro exhibe predilección por el hijo de la mujer que desea —Doña Florinda—. La Chilindrina es chismosa y… En fin, son personas en permanente conflicto y agresivas, pero divertidas.
El Chavo, creado por Roberto Gómez Bolaños, refleja la disfuncionalidad familiar y social de un México de los años 1970. Acaso es el reflejo de toda Latinoamérica y de muchos países en todo el mundo.

Según el autor, el personaje nació de un niño real, al que después de lustrarle los zapatos, tras haber recibido su propina, se puso a saltar de la manera como lo hace el Chavo en cada capítulo. Si bien es cierto que la serie tiene ejemplos de vanidad —para Doña Florinda los demás son chusma—, egoísmo —Quico presume sus paletas delante de sus amigos—, abuso de autoridad —los mayores les pegan a los niños—, pobreza, miedo, soledad, intriga, etcétera. En honor a la verdad, añadiremos que la mayoría de programas de televisión tienen esas y otras “alhajas”.

Entre los ensayistas más férreos, cuya escopeta está puesta sobre el Chavo, como programa, se encuentra el doctor en Filosofía Fernando Buen Abad Domínguez, reconocido mexicano editorialista de diversos diarios y suplementos culturales en América Latina, quien en alguna oportunidad despedazó al Discovery Channel por su frivolidad y enfoque pro estadounidense. Él escribe en su ensayo Para leer el Chavo del Ocho algunas afirmaciones que probablemente irritan a los defensores de la Vecindad. Veamos algunas de sus perlas: “Uno mira al Chavo, sin familia, sin casa, sin contención social… golpeado por una historia, familiar, económica, política… de clase, que nadie parece conocer, y donde se llora, como corolario del destino, en el laberinto de las hipocresías”.

En el mismo ensayo: “Gómez Bolaños, apoyado por uno de los monopolios mediáticos más cuestionables, (y viceversa) un producto de consumo comunicacional armado con estrategias escénicas, tecnológicas y publicitarias en un mercado mediocre que se regodea impunemente frente a sociedades colonizadas y devastadas por la miseria”. Y este otro: “Cuestionar al Chavo no implica traicionar a quienes lo disfrutan, incluidos nuestros hijos, pero implica interrogar e interrogarnos por qué ese entretenimiento televisivo basado en la violencia contra un niño callejero, tierno y todo, divierte; por qué tanta fama, éxito y regalías, por qué tanta repetición y tanto homenaje. Qué retrata de nosotros, qué nos impone, qué no sabemos y deberíamos saber. Cuál es el negocio y cuánto nos cuesta, en todos sentidos”.

El ensayista Juan Carlos Ramírez Figueroa, en su ensayo Acúsalo con tu mamá Kiko (sic), escribe que el programa es “un ejercicio de crueldad colectiva, de abandono colectivo funcional en el cual ese niño de la calle —que no tiene ni amparo ni protección ni acompañamiento ni solidaridad básica— ese, por ser golpeado y porque chilla, nos entretiene, nos divierte”.
Otro enfoque interesante del mismo ensayista es la relación sicoanalítica que establece: “Quico y la Chilindrina son entes manipuladores. El primero con un nudo edípico está preso de su clasismo. La segunda es la Electra que se libera manipulando emocionalmente a su fracasado padre”. Y añade, refiriéndose a que al Chavo le regalan tortas de jamón y le dan, en cierta manera, cobijo: “¿No es acaso esta actitud pasiva y manipuladora una especie de dispositivo de cómo debe comportarse un perfecto idiota latinoamericano? ¿No es esta espera de “beneficencia” una desviación perversa del caritas cristiano? ¿No es esta moralidad boba como espera el poder que nos comportemos?”

Los orígenes y la vida del personaje el Chavo del Ocho están detallados en el libro Sin querer queriendo. Memorias, de Gómez Bolaños. También esa publicación es motivo de críticas. Es el caso de Ramírez Figueroa, para quien el tomo “es una extensión y profundización terrorífica sobre cómo se construye un personaje/ícono televisivo. Un cúmulo de chistes tontos como estos: ‘La gente dice que en esta ciudad ya no se puede respirar porque el aire está muy condimentado’; o autocompasión cliché: ‘Porque yo estaba tan feo que cuando jugábamos a las escondidillas los demás niños preferían perder antes que encontrarme’”.
Otro de los factores abundantes en la serie es el uso de apodos. Cachetes de marrana flaca, la Bruja del 71, la Vieja chancluda, El niño gordo es Ñoño, el alto es Jirafales —por jirafa—, entre otros.

Con todo y eso, sería injusto calificar aquí el programa, 40 años después de su creación, pues la intencionalidad de su autor, el ingenioso Gómez Bolaños, habrá sido muy distinta a los recovecos que le encuentra cualquier crítica. Lo que antes parecía divertido, hoy puede parecer desagradable. En otras palabras, no podríamos acusar al creador porque quizás nos ponga delante a nuestros padres, primos, tíos y vecinos de los años 1970, aquellos que en Latinoamérica se corregían a golpes.
Es más, sociedades como la nuestra no solo han mantenido iguales niveles de violencia desde esa década, sino que los han agravado de manera exponencial.




Breve historial

Roberto Gómez Bolaños, creador de la serie, es ingeniero de profesión; fue futbolista y boxeador amateur. Su vida se detalla en el libro de su autoría Fue sin querer queriendo (Ediciones Aguilar, 2006).
La prehistoria del Chavo se remonta a finales de los años 1960, cuando Bolaños actuó en el canal 8 de la televisión mexicana. Sus primeras series se llamaron El ciudadano Gómez y Los supergenios de la mesa cuadrada.
Un sketch de 1971 dio origen a Chespirito. Por entonces, el Chavo, apareció junto a otro personaje, la Chilindrina. En 1973 se convirtió en serie semanal, la cual duró hasta 1980. Hasta 1992 hubo segmentos del programa en la nueva serie Chespirito, y desde 2006 se transmite la serie animada.
Detrás de la serie cómica hay una novela verdadera de dinero, poder y demandas judiciales.
Casi todos los miembros del elenco tuvieron desacuerdos que terminaron en enemistad. Tal es el caso de Chespirito con Carlos Villagrán y María Antonieta de las Nieves. Ramón Valdés se alejó de él en 1979, probablemente por razones de salario.
Durante una visita de Gómez Bolaños a Perú, en julio de 2008, Carlos Villagrán comentó a un medio que había trabajado con narcotraficantes. Pocos días después, sin embargo, el mismo Villagrán se retractó de lo que dijo.
Entre el 2002 y el 2005 hubo un proceso legal iniciado por Gómez Bolaños para que María Antonieta de las Nieves dejara de utilizar el nombre la Chilindrina.
El Chavo del Ocho se titula: en portugués, Chaves; en alemán, Der Junge aus der 8; holandés, De Jongen van Nummer 8; italiano, Cecco Della Botte; y en francés, Le grosse huit, entre otros idiomas.Fuente: www.chespirito.com




“El Chavo del Ocho es un relato que beatifica la inmovilidad social latinoamericana”
Juan Carlos Ramírez Figueroa
ensayista y periodista mexicano





“Cuando me preguntan que cuál ha sido mi mayor éxito, esperan que responda que el Chavo o el Chapulín, pero no. Mi mayor éxito fue haber dejado de fumar. Y lo digo con toda la sinceridad del mundo”.
Roberto Gómez Bolaños,
creador del Chavo del 8


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* El investigador Juan Carlos Ramírez es chileno. Escribo esta aclaración porque tanto en el artículo escrito en papel, así como la versión anterior en este mismo blog, escribí que era de nacionalidad mexicana. Agradezco a Daniela -hasta el revolucionario Santiago de Chile- por hacer la corrección.

lunes, 9 de agosto de 2010

Por los dominios del vallenato

A Valledupar, Colombia, emigró el acordeón, montado sobre las olas del mar.


Por Juan Carlos Lemus

En Valledupar, los árboles no dan aguacates ni manzanas, sino intérpretes de vallenato. Por doquier sus habitantes arman parranda y cantan, durante horas, acompañados de tres instrumentos que parecieran elevados a la categoría de divinidades regionales: el acordeón, el tambor (o caja) y la guacharaca.

Tal parranda tiene ciertas “reglas”, bastante básicas: se hace a la sombra de un frondoso árbol, o en el patio de una casa, nadie da la espalda a nadie y todo aquel que llega es un amigo al que se le recibe con un fuerte abrazo.

Valledupar fue fundada en 1550 en el valle formado entre los ríos Cesar y Guatapurí (que en dialecto chimila significa “agua fría”). A mediados de 1850, sus tierras hospedaron a migrantes franceses, portugueses e italianos, muchos de los cuales se quedaron para siempre y hoy inciden en el mestizaje.
En 1915 fue declarada municipio del departamento de Magdalena. Y en 1967 quedó inscrita como la nueva capital del departamento de El Cesar.

El clima es cálido como el carácter costeño de sus habitantes, quienes bailan desde el vientre materno. Esto se hace evidente en el bamboleo de las señoras por las calles, el temblor macizo de sus muchachas que se incendian al sonido del vallenato y los galillos varones que se desgañitan hasta el amanecer.

Su arquitectura tiene huellas coloniales; caminar por sus callejones angostos y limpios da una sensación de seguridad; tiene un mercado enorme, un gallero, restaurantes expertos en cocina local y extranjera. Debido a que es un municipio ganadero, el fuerte de las mesas es el asado con la mejor carne. Eso sí, debido a la frescura del cocido y al relajamiento propio de cualquier tierra caribeña que se precie de serlo, la demora puede ser de una hora.


Festival
legendario

Así nace Valledupar:
Estamos en el año 1576. La mujer de don Antonio de Pereira muere de celos porque sospecha que su marido mantiene relaciones con la bella y sensual india Francisca. Ana, la celosa, azota a la india y le corta los cabellos. Eso llega a oídos del valiente cacique Coroponiaimo, quien monta en rabia y decide vengar la ofensa.
Llenos de ira, cargados de flechas y dispuestos a matar a cuanto español se les ponga enfrente, corren los indios itotos, cariachiles, tupes y chimilas. Matan a docenas de españoles, un 27 de abril.
Todavía insatisfechos, continúan su venganza corriendo por los alrededores del Valle de Upar (llamado así porque allí vive el cacique Upar), donde habitan más extranjeros. Prenden fuego a las casas. Lo incendian todo. Muere otro medio centenar de españoles. Pero, inexplicablemente, surge de entre las llamas la figura de una hermosa mujer que con su manto evita que las flechas quemen el templo. Los indígenas huyen despavoridos, van perseguidos por los hombres del capitán manco Antonio Suárez De Flórez.

Llegan a las sabanas de Sicarare (que tiempo después serán llamadas Del Milagro), envenenan las aguas porque saben que sus perseguidores van agotados, sedientos. En efecto, español que bebe agua, español que cae muerto. Pero, de nuevo, se aparece la hermosa mujer, que con báculo en mano toca a los españoles muertos y ¡los vuelve a la vida!

Eso sucedió en el Valle de Upar, con el tiempo conocido como Valledupar, lugar donde se mezclaron las culturas europeas (acordeón), indígenas (guacharaca) y africanas (tambor). La máxima expresión de esa fusión es, precisamente, la música vallenata en sus cuatro aires: paseo, merengue, puya y son; ritmos que se escuchan día y noche durante su famoso Festival de la Leyenda Vallenata, que se celebra cada año, desde hace 41, los días del 26 al 30 de abril.


El acordeón

Pocos lugares en el mundo se especializan con tanto coraje y virtuosismo en la interpretación del acordeón. Según quien cuente la llegada del instrumento al valle, unos afirman que sucedió cuando encalló un buque alemán que los traía consigo. Otros, que fue cuando eran trasladados por tierra y quedaron esparcidos luego de un accidente hasta que los aldeanos los recogieron, reafinaron y perfeccionaron. Pero la tercera versión -sin duda alguna la verdadera-, es que los acordeones vinieron solos, encaramados sobre las olas del mar, buscando un lugar donde pudieran ser bien interpretados.
Durante el festival, la ciudad es —textual y gratamente— invadida por la música y el baile. Sin descanso, los restaurantes, bares y parques son el centro de aglomeración. Los vecinos sonríen todo el tiempo, embriagados de música. En las calles se montan escenarios en los que competirán los hombres por conquistar el título Rey Vallenato u otras varias categorías.
Los primeros acordeonistas eran correos cantados. Llevaban de pueblo en pueblo un tipo de periodismo musical en el que contaban los últimos sucesos. De esa cuenta, las letras tienen un gran sabor local; son historias de amor, engaños y sucesos cotidianos.
Ya entrado el festival, por las calles pasa el desfile de las pinoleras, al cual se suman colegios, escuelas, comercios, academias de baile y estudiantes de la universidad, todos visten trajes regionales.
La ciudad colombiana de Valledupar, municipio del departamento El Cesar, no tiene una publicidad turística tan retumbante como la de Cartagena de Indias; ni la resonancia mundial de su departamento hermano, Bogotá. Sin embargo, es uno de los lugares más representativos y hermosos de la cultura colombiana.


Hace años tuve el gusto de estar en casa de Rafael Escalona (con él adentro, por supuesto) ese gran juglar del vallenato autor de “La casa en el aire” y “El testamento”. Cuando murió, a los 82 años de edad, no pude sino recordar su elegante sombrero, bordado con su nombre. Aquel gran músico, tata musical de grandes como carlos vives, es aquel que GG Marquez incluyó en su novela Cien años de soledad, como un personaje de Macondo (el sobrino del obispo). Para él este sencillo recuerdo de una parte de su tierra, el Cesar.





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Clima
Valledupar es una tierra privilegiada por su hidrografía, fauna y flora. Su clima se mantiene alrededor de los 32°C; es tierra de juglares y de grandes compositores. Sus danzas y artesanías son una síntesis de sus ricos valores culturales.

lunes, 26 de julio de 2010

Lo que el viento se llevó/ Panorama de la vida nacional durante los primeros 50 años del siglo XX en Guatemala.

Juan Carlos Lemus

Eran tiempos en los que la Ciudad de Guatemala resplandecía por las presentaciones de ópera. Para el 1900, el Teatro Colón tenía 40 años de existencia y ofrecía obras como Lucia de Lammermoor, de Donizetti, Aída, de Verdi y La Bohème, de Puccini. Era una época en la que las diversiones para los capitalinos consistían en paseos a Jocotenango, excursiones a Amatitlán, conciertos de marimba y observar autos sacramentales en los atrios de las iglesias.De esa cuenta, los diarios publicaban crónicas de bailes, además, noticias como esta: “El sábado próximo partirá con dirección a la Antigua, el maestro don Germán Alcántara, quien dirigirá los conciertos en el Teatro Municipal a favor del Hospital de aquella ciudad”. (Diario de Centro América, 1 de mayo).

De vez en cuando se sabía de la captura de algún ladrón. Por eso, no es de extrañar que un incendio, ocurrido en julio de 1900, ocupara el centro de las noticias. El hecho sucedió cuando la Banda Marcial, dirigida por el maestro Aquilino Castro, recién terminaba de dar un concierto en el jardín La Concordia. A eso de las 21 horas, los sacristanes de la Catedral y de San Sebastián dieron la alarma al hacer sonar las campanas. El incendio se originó en la casa 23 de la 6ª. Avenida Norte y amenazaba con extenderse hacia las casas vecinas.

Para apagar el fuego se hicieron presentes el director de la Policía, general Ovalle, y el subdirector, coronel Larrave, cuatro comandantes y el Juez de Aguas, más docenas de policías y 50 jóvenes voluntarios. Entre todos socavaron el incendio. Al día siguiente, por orden del Juez 2º. de Paz, queda preso don Francisco Redondo y Álvarez, quien alquilaba el lugar (el cargo: se le quemó la casa) junto con su sirvienta, a pesar de que ella “había dejado de trabajar desde las 18 horas”.
El país, por entonces, tenía un millón y medio de habitantes. Una casa podía tener 17 piezas, tres patios grandes, dos pajas de agua y un valor de 50 mil pesos. También las había de 10 mil pesos. El lector podrá sentirse frustrado de no poder hacer una comparación, ni siquiera remota, con los precios de la actualidad. Basta añadir que un tiempo de comida podía costar dos pesos, acompañado de una cerveza El Gallo, El Fraile o El Cabro. Por entonces, un diario anunciaba un extraño restaurante: The Billiken. Tenía licores finos, un cocinero japonés especialista en pasteles de frutas y en hacer tamales los sábados.


1910

Si filmáramos una escena cotidiana de ese año, nuestra cámara enfocaría el paso de una vieja diligencia tirada por unas mulas que van siendo latigueadas por un chofer. El ruido de las llantas contra el suelo empedrado se escucha a una cuadra a la redonda. La diligencia se detiene frente a la Catedral (cuyo frontispicio tiene imponentes estatuas de los cuatro evangelistas), y de ella desciende un adulto de 26 años de edad; viste levita negra, lleva un bastón en la mano, corbatín y sombrero de a tres pesos. Fuma un Parisiense (los cigarros anunciados como “Los mejores de Centro América, los únicos que no son contagiados por manos de obreros”). El caballero no es rico ni es pobre. Viste de traje porque así es la moda capitalina. En su muñeca luce un reloj que bien pudo haber sido comprado en La Perla, tienda de don German Porcher.

Un niño viene dando saltos por la banqueta y, sin querer, pasa empujando al adulto que se sacude y lanza una maldición.
El niño, sin inmutarse, continúa hacia la botica. Quizá lo enviaron a comprar un frasco de Ozomulsión y unas píldoras del doctor Ayer, de esas para cuando la lengua “se pone saburrosa y el apetito escasea”; después, irá a la tienda de Rigaud y Compañía, por unos polvos de Kananga.

Al momento del pequeño incidente, del otro lado de la calle, otro niño lo observa todo, con simple curiosidad. También sigue su camino hacia el Pasaje Aycinena.
Pegado en una pared, un cartel anuncia que esa noche, en el Teatro Variedades (inaugurado en 1909), se presentará en Guatemala la famosa actriz mexicana Virginia Fábregas.

El caballero sigue su camino y a media cuadra se cruza con una mujer. No la conoce, pero levanta su sombrero, como es normal, en muestra de respeto. La mujer que pasa, saluda. Está embarazada. Lleva vestido hasta los tobillos, botines viejos, mangas largas, cuello alto y un sombrero de ala ancha.
La escena es irreal, pero aquel adulto bien podría ser Rafael Arévalo Martínez, quien para 1910 tiene 26 años de edad, el niño que lo empuja —y que Rafael maldice— sería Luis Cardoza y Aragón (9 años), el otro niño que observa, del otro lado de la calle, tiene 11 años y se llama Miguel Ángel Asturias. La señora embarazada, por cierto, dará a luz el año próximo y nombrará a su hijo Mario Monteforte Toledo.
No obstante la irrealidad escénica, los datos son exactos y el hecho pudo suceder en una Guatemala relativamente pequeña, cuya actividad citadina se centraba alrededor de unas cuantas tiendas, la ópera y los paseos en días soleados.

Por aquellos días, ya se conocían las glorias de la marimba, pues el conjunto Sebastián Hurtado e hijos había sido, en 1908, el primer grupo que se presentó exitosamente en Estados Unidos. Así lo afirma Léster Godínez en su libro La marimba guatemalteca, y explica que por entonces ese instrumento absorbía ritmos como el ragtime, el foxtrot, charlestón y los inicios del jazz.

Un individuo nacido en 1900 formaba parte de un millón y medio de habitantes, según el censo de 1921. La economía del país se encontraba claramente dividida. “Las clases dominantes dependían de la exportación del café; los alimentos los producían generalmente campesinos, tanto indígenas como ladinos, pero principalmente los primeros (...) El sistema se basaba en el trabajo forzoso y en el trabajo por deuda o peonazgo. Ambos eran rechazados por las comunidades indígenas, pero el amplio control militar y la permanente amenaza de la violencia estatal no dejaba otra alternativa que conformarse”. (Richard N. Adams, en La Epidemia de Influenza de 1918-1919).

En cuanto a las clases sociales, explica Alfredo Méndez Domínguez (en Las clases sociales, de 1898 a 1944), “al principio de dicho período la sociedad estaba segmentada en tres grandes bloques: la clase alta ladina, gente conocida o “decente”; los ladinos pobres y los indígenas”.
Los terremotos de 1917 y 1918 destruyeron la infraestructura hospitalaria y de Beneficencia Pública; el Teatro Colón, el Museo de la Reforma y las estatuas de los cuatro evangelistas de la Catedral. La reconstrucción del país fue lenta y se vio agravada por la epidemia de influenza en 1918.


1920

La Ciudad de Guatemala estaba rodeada por algunos pueblos como el de Jocotenango, San Pedro Las Huertas, la Villa de Guadalupe y Los Guardas, que representaban las salidas de la ciudad (Héctor Gaytán en Historias de la Ciudad de Guatemala).
En 1920, capitula Estrada Cabrera, quien había permanecido en el poder durante 22 años.
En el boxeo, los favoritos eran Joe Firpo (José Raúl Lorenzana) y el campeón Panterita. En esta década surgen los primeros Juegos Deportivos Centroamericanos.
“El año 1921 fue el de mayor actividad deportiva hasta entonces, en toda la historia del país. Propuesta y patrocinada por el Diario de Centro América, se realizó ese año, en el lago de Amatitlán, una competencia de natación de 2 mil metros, la que atrajo una enorme concurrencia de espectadores que se trasladaron desde la ciudad de Guatemala a la cercana localidad, en tren, carruajes, autos y bicicletas”. (Richard V. McGehee, en La década de 1920 y los Primeros Juegos Deportivos Centroamericanos).
Los ojos de la moda estaban puestos en París. Jabones y sombreros, pañuelos y perfumes, vestidos y sombrillas, todo parecía voltear hacia el faro de luz procedente, por barco, de aquellas tierras. Los roles femeninos y masculinos estaban completamente polarizados. Ellas eran para la moda, el baile, la casa. A las mujeres se les consideraba poseedoras de inferioridad física, intelectual y moral. Se publicaban listas de libros solo para hombres (anuncios de librería Lumen), entre los que se encontraban El Satiricón, Dafnis y Cloe, El pícaro oficio y Las noches de un botánico.
Además, se advierte a las mujeres sobre los peligros de la cartomancia: “La practican casi siempre mujeres que ha aprendido su arte en el paulatino descenso de su vida moral por trastiendas de restaurantes y sitios prohibidos; cuando les ha pasado la época de atracción y devaneos, cuando están ya en el otoño de su manoseada hermosura” (El Imparcial, julio de 1925).


1930

Si bien la forma de vestir era “elegante”, básicamente para diferenciar a los ladinos del resto de la población, un editorial de este año, de El Imparcial, hace una crítica en la que refiere que los hombres van enfundados en “trajes luctuosos, plagados de manchas y de mugre”. Argumenta que además de tiesos y caros, no pueden ser lavados con frecuencia y los usan, incluso, en tiempos calurosos. Y es que los casimires europeos no debían ser lavados a diario. Estaban de moda los sombreros Stetson. Las mujeres también debían usar bastantes trapos encima, aún en los días de mucho calor.

Para entonces, el Teatro Pálace ya presentaba películas como El Danubio, y al país llegaron los trimotores de pasajeros de Pan American Airways.
Jorge Arias de Blois, en su ensayo demográfico para el período de 1898 a 1944, cita la existencia de tres censos. En este sentido, aclara: “De acuerdo con los ajustes hechos a las cifras demográficas, alrededor del año 1930 la población de Guatemala alcanzó los dos millones de habitantes, que supuestamente era, según algunos autores, la población existente en Guatemala a la venida de los españoles”.
Por esta época fueron famosos los Chocanitos. Se les veía pasar, a veces, del brazo de su madre. Eran los hermanos Aragón Carrera, relata Héctor Gaytán en Historias de la Ciudad de Guatemala. Descendían, probablemente, de una de las familias adineradas de Guatemala que perdieron toda su fortuna. Estos hermanos vivían en una casa del barrio de Santo Domingo. Vestían levita y sombrero. Uno de ellos improvisaba versos y se los recitaba a las damas que pasaban por las calles de lo que hoy conocemos como Centro Histórico. En sus manos llevaban una canasta con alimentos que la gente les regalaba. Ambos tenían retraso mental, pero tenían fama de cultos. La gente los llamaba los Chocanitos, en alusión al poeta peruano José Santos Chocano (Perú, 1875-1934) quien por entonces vivía en el país.


La educación

La enseñanza de la primera mitad del siglo XX tuvo énfasis en los valores morales. Pero, además, los ahora adultos todavía recuerdan el rigor con el que fueron educados. Un editorial de El Imparcial, de esos años, denuncia la crueldad y golpes contra los niños por parte de padres y tutores. En algunos casos, les pegaban “con látigos”, los ponían de rodillas y hasta los amarraban. Además de eso, se inculcaba el temor al pecado so pena de caer en las llamas del infierno.


De 1940 a 1950

Para entonces, el país tenía unos dos millones 300 mil habitantes.
La primera mitad del siglo XX fue terreno fértil para la creación y escritura de las leyendas de Guatemala. El Cementerio General, el Cerrito del Carmen, la Calle de la Merced, el Hipódromo del Norte, la Avenida Juan Chapín y el potrero de la Corona (lado norte del Cerrito), era sitios donde se aparecían la Llorona, el Cadejo, la Siguanaba y el Sombrerón, entre muchos otros espantos que incluyen a La monja sin cabeza y a Pie de Lana. Varios fueron los escritores que describieron estas leyendas. Otros retrataron personajes, oficios y costumbres de la época. Uno de los más destacados a quien se conoce como el gran retratista de las costumbres de los años que van de 1900 a 1950, es el escritor Carlos Samayoa Chinchilla (1898-1973). En su libro Chapines de ayer, el arriero, la tendera, la solterona, el policía, la beata o el carbonero son personajes que aparecen vivamente retratados.
Ya estaban establecidas en el país las colonias árabe, alemana, china, estadounidense, italiana y española, entre otras. Según las Memorias de la Secretaría de Fomento, en 1928 la tierra en manos de extranjeros representaba el 41.6 por ciento del total de las propiedades agrícolas.
El individuo que nació en 1900, hacia 1950 tuvo 10 presidentes, dos terremotos, una peste, dos guerras mundiales y significativa evolución de los medios de transporte.
En la actualidad, muchos abuelos recuerdan la seguridad en tiempos de Jorge Ubico, quien gobernó Guatemala de 1931 a 1944. Una noticia de 1940, en Nuestro Diario, destaca que un policía se encontró “una bolsa de cuero de color amarillo, que contiene en su interior la suma de ciento cincuenta y tres quetzales en efectivo...”
Fue una época en la que el entretenimiento se centró bastante en el cine. Estaban disponibles los teatros Lux, Pálace, Cápitol, Variedades y el Rex, donde Libertad Lamarque protagonizaba Besos brujos o se destacaba Lo que el viento se llevó, producida por David O. Selznick, en 1939, y que le hizo ganar un Oscar a la Mejor Película.
Un viaje de Guatemala a El Salvador duraba de las 4.35 horas hasta el 16.45 horas del día siguiente, con trasbordo en Zacapa. Pero, además se podía hacer una jornada de ocho horas entre Guatemala a Puerto San José.
El individuo no vivía al margen de los acontecimientos políticos que marcaron el país. El más importante de esa primera mitad del siglo XX, sin duda, fue la Revolución de Octubre de 1944, y que fue truncada en 1954.



El valioso cuadro estadístico comparativo de las repúblicas hispanoamericanas, en 1930, de Alfredo Schlesinger, muestra datos en los que indica que para ese año Guatemala tenía unos dos millones de habitantes.
Fueron enviados y recibidos un millón 672 mil 451 mensajes telegráficos.
Contaba con 385 oficinas postales
Había tres mil 145 aparatos telefónicos
Cantidad de vehículos: tres mil 94 (2 mil 101 autos, 791 camiones y 202 autobuses).



NOTICIA DE 1925

“Sombrilla perdida. Una estimable señorita de esta capital encontró el lunes último en la iglesia de San Francisco, después de la misa de once, una sombrilla que seguramente se extravió a alguna de las feligresas. La perdidosa puede pasar a recogerla a la casa No. 1 de la 16 Calle Poniente, donde se encuentra a disposición de su dueña, previa identificación”. (El Imparcial, 3 de julio)



El arriero

“Magra y quemada la figura, el sombrero de petate echado sobre la nuca, los ojos oscuros y lucientes bajo los gusanos de las cejas altas polainas de timbre que le llegaban arriba de las rodillas; firmes las riendas de cuero entre las manos talladas en madera de guayacán... ¿De dónde viene el señor arriero al acompasado tranco de su macho retinto? Sibinal, El Tumbador, Olintepeque, Siquinalá, Los Encuentros, Acatenango, Masagua, Coyolate, El Jícaro, San Agustín Acasaguastlán...Bueno, ¿para qué hablar más, si él conoce a esos y otros muchos lugares como la propia palma de su mano?
-Adiós, amigo, ¿cuántas leguas me faltan para llegar a San Rafael Pie de la Cuesta?
-Espero, a ver tantito, si... Cuatro cagadas de mula, usté; ni una más ni una menos. Cuéntelas bien, ya lo verá.
-Muchas gracias.
-No hay por qué darlas... Cuidado con el río, que a veces sabe venir mero bravo”.

(Fragmento del libro Chapines de ayer, de Carlos Samayoa Chinchilla, 1898-1973).

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martes, 20 de julio de 2010

El Museo del Crimen de Rothenburg ob der Tauber




Juan Carlos Lemus

Máscaras de metal, sillas con clavos, hierros para atornillar dedos y ruedas de carreta para destripar cuerpos,
son algunos de los instrumentos que exhibe permanentemente el Mittelalterliches Kriminalmuseum, (Museo Medieval del Crimen), en la ciudad medieval de Rothenburg ob der Tauber.

La Edad Media es una de las más altas expresiones de la crueldad humana, y, a la vez, del ingenio y desborde de la criminalidad.

Desde denuncias por supuestas prácticas de brujería hasta simples chismes podían terminar con la vida de las personas.
Ardides de todo tipo sirvieron para ejecutar a inocentes. Enfermos mentales, mujeres acusadas de cometer adulterio y también cornudos, eran castigados en público.

Pero además había castigo para los mentirosos (máscaras con lengua larga) o para hombres que "habían actuado como cerdos" (máscaras con el hocico de dicho animal).

Los panaderos que no daban el peso justo al pan, eran enjaulados y sumergidos entre el agua. El condenado era zambullido, totalmente y sin que muriera, una vez por cada 16.6 gramos menos que tuviera el pan.

El Museo del Crimen exhibe, además, bolas de acero; potros de madera; a la "Dama de Hierro", que es quizá una de las imágenes más reconocidas en el mundo: una especie de sarcófago, del siglo XVI, con forma de mujer, en cuyo interior lleno de púas metían a las mujeres que tenían lo que sus juzgadores consideraban "una vida desordenada".

- En una ciudad museo

Rothenburg fue identificada como un Estado desde el año 1200. A partir de entonces fue creciendo y hoy día conserva los límites territoriales que tuvo ya en el año 1400.

Circulada por un muro, con la misma puerta de entrada de hace siglos y las calles empedradas, ha sido reconstruida de tal forma que ya son casi invisibles los vestigios de los bombardeos que sufriera durante la Segunda Guerra Mundial.

El arquitecto municipal de Rothenburg, señor Hans Mühleck, me comentó que existe un plan permanente de conservación que permite que la ciudad mantenga su aspecto impecablemente medieval.

Según Mühleck, aún hoy día muchos habitantes de esta ciudad pueden encontrar objetos antiguos que ponen a disposición de los museos alemanes.

- El museo, un mundo

Es bueno recordar que la Edad Media no estuvo circunscrita a un país: España, Perú, México, muchos fueron los territorios que hicieron este tipo de prácticas criminales en nombre de la Iglesia Católica. En este sentido -y muy a propósito-, hay que advertir que siglos más tarde tampoco el nazismo fue un asunto geográfico alemán, sino una ideología criminal que pretendía extenderse por el mundo.


Además de instrumentos de tortura, el museo incluye documentos de los emperadores, artes gráficas, información de la nobleza y de las ciudades; además, caricaturas de los juristas, de los castigos en las escuelas, medallas, y otros datos importantes de siete siglos.

Se trata del único museo de leyes que existe en la República Federal de Alemania. Uno de sus “atractivos”, si se le puede llamar así, es el cinturón (calzón) de castidad, el cual era colocado a las mujeres cuando eran abandonadas durante algún tiempo por sus maridos. Este objeto de metal, que solamente tenía un pequeño orificio por el cual podían hacer sus necesidades fisiológicas, también era puesto para evitar que las muchachas fueran violadas cuando eran enviadas a hacer alguna diligencia por el campo.

Si a los condenados por pecados mayores les esperaba la hoguera, el ahogo en agua, el patíbulo o la amputación de algún miembro del cuerpo, a otros les tocaba sufrir largo rato sentados sobre sillas llenas de clavos.

Hasta los músicos que no habían tocado bien durante una fiesta o celebración religiosa eran castigados. Para éstos existía un grillete con forma de flauta o de trompeta, según el caso, que debían mantener enroscado al cuello durante horas.

En las calles, los enjaulados o los presos entre cepos recibían escupitajos, burlas y cosquillas en los pies por parte de los niños, y hasta lamidas de los perros.

Los niños, por cierto, eran los pequeños iniciados. Hoy día resulta cada vez más extraño que se le pegue a un niño. En la Edad Media era común pegarles y colocarles orejas de burro si eran haraganes. El museo, además de láminas, tiene una maqueta en la cual se aprecia un día de clases: en tanto alguno era azotado, otro era puesto de rodillas sobre un tronco, leyendo la lección frente al maestro.

Aquellos castigos medievales fueron desapareciendo paulatinamente y, hoy los instrumentos expuestos son testimonio histórico de uno de los periodos más brutales de la humanidad.

jueves, 8 de julio de 2010

Arte ¿ESCANDALOSO?

Destrucción, autoflagelo, sinfonías mudas, poemas irracionales y, al centro, el hapenning como acción de un mundo lastimado

POR JUAN CARLOS LEMUS
Los genios hacen arte, los cerdos hacen coin coin coin. A veces, un artista comunica por medio de una delicada sinfonía, otras, por medio de caca de elefante.

¿Qué es arte y qué no es? Igual nos hemos preguntado en vano y durante siglos acerca de la estética. Nuestra única certeza es que todo artista desea comunicar sus miserias, sus grandezas o su flatulencia. Algunos han escandalizado desde el púlpito. Son célebres, por ejemplo, las intervenciones del dadaísta Johannes Baader (1875-1955) en las iglesias de Berlín. Un día (¿1918?) asistió a una misa en la catedral de esa ciudad y cuando el pastor hizo la pregunta: “¿Qué significa hoy para nosotros Jesucristo?” Baader se puso de pie y respondió con voz potente: “Para los de tu calaña no significa nada, ¡maldita sea!”. Obviamente, aquel no fue un hecho artístico, pero sí una “acción” (hapenning) como las celebradas años más tarde por cientos de seres humanos.En la pintura, Max Ernst provocó un escándalo cuando en 1926 pintó su famoso cuadro La Virgen dando una zurra al Niño Jesús delante de tres testigos (“Die Jungfrau, die zum Jungen Jesus vor drei Zeugen bestraft”). Aunque la traducción textual es “castigando”, algunos españoles anotan simpáticamente “dándole una zurra”, y nosotros podríamos decir en buen chapín: “dándole una trancaceada al Niño”.
En la literatura, singular es el poema Fmsbw del vienés Raoul Hausmann (1886-1971), que dio el advenimiento al poema fonético para introducir en el terreno literario “el irracionalismo más absoluto”. El mismo Hausmann lanzó otro poema titulado Kp`erioum, el cual dice (o suena) así: “pernoumum/ bepretiberrerrebee onnooooooooh glanpouk/ kommpout perhoul/ rreeeeeeEEErreeeee A/ oapderree mglepadonou mtnou/ tnoumt”. También la Ursonata de Kurt Schwitters (fragmento: “Rr rr rr rr rr rum!/ Rrummpff tillff toooo?/ Rr rr rr rr rr rr rum!/ Rrummpff tillff toooo?…” etcétera). El Poema fónico mudo de Man Ray, aparecido en 1924, no incluye una sola letra sino sólo líneas parecidas a los mensajes escritos en clave Morse.


MUERTE AL PIANO

Cuando el piano fue como un gran aristócrata aplastado al centro de los hogares burgueses, justo cuando esos instrumentos eran comprados para presumir sensibilidad artística, fueron destrozados públicamente en docenas de acciones como la ejecutada por Philip Corner en su Piano activity (1962). En este sentido, evoquemos las palabras del coreano Nam June Paik (Seúl, 1932): “El piano es un tabú. Tiene que ser destruido. Es mas, no es cierto que sea tan caro… Sólo los costes del transporte son los caros”.
En la danza, recordemos la célebre masturbación en público que protagonizó Nijinsky cuando interpretaba una escena de L´Apres Midi d´un Faune, en aquel París de 1912. Los más locos sacerdotes del arte han provocado acciones escandalosas. Otros se han torturado dentro de los calzones como lo han hecho los más radicales ascetas, y han avanzado de rodillas para ofrecer sus más estupendos sacrificios hacia las catedrales del arte, trayendo detrás de ellos una cola de fieles que los imitan.


EL HAPENNING

Podemos decir que llueve cuando vemos o escuchamos el agua que cae sobre las láminas, pero alrededor de la lluvia hay elementos que interactúan, tales como los árboles, las nubes, el viento, el oxígeno y el hidrógeno, los paraguas y todo aquello que sucede antes, durante y después de cada gota. Más o menos así era el clima que existía cuando Allan Kaprow (Atlantic City, New Jersey, 1927) acuñó el término hapenning (“acción”) en 1959.
En los años sesenta, los artistas se dieron a la tarea de destruir los iconos universales (como el piano), se rebelaron contra la pintura formal encerrada en los museos; algunos abandonaron el óleo y la acuarela y emplearon hasta basura para pintar; arrancaron carteles para recrearlos en nuevos cuadros, usaron madera, asfalto, cera, el marco de una ventana, pompas de jabón que creaban nuevas sinfonías de silencio, loros disecados, cualquier pieza en desuso podría servir para expresar algo diferente a lo que dictaban los cánones. Recordemos que Duchamp había empleado mucho antes la rueda de una bicicleta (1913) y hasta un urinario (1917).
En Europa y Estados Unidos hubo sinfonías musicales producidas con el ruido de los ventiladores, bocinas, vidrios quebrados, sirenas de policía, aspiradoras, macetas estrelladas contra la pared, aplausos, tos, el encendido y apagado de un motor, etcétera. Así se comprende que simultáneamente a la Ursonata y el Kp`erioum existieran docenas de poemas fónicos que desafiaban a la música, a la literatura y, por supuesto, al público que debió observar perplejo la “destrucción” del arte. Sin embargo, tal destrucción ya había sido (equivocadamente) pronosticada en 1913 cuando se celebró la Exposición Internacional de Arte Moderno en Nueva York y en Chicago. Los críticos anunciaron entonces el “fin del arte” y llamaron “monos que salpican pintura” a los del grupo de Pollock.
Pero el arte no murió en 1913. Las acciones de Kaprow (surgidas a partir de sus clases con John Cage) eran una mezcla de sonidos, acción y objetos. Por entonces, Yves Klain incursionaba en el body art al utilizar los cuerpos de unas mujeres como pinceles. Otro de los sacerdotes del hapenning fue Rudolf Schwarzkogler (1940-1969) quien formó parte del grupo de accionistas vieneses. Un halo de misticismo cubre el recuerdo de este artista que mostró fotografías de sus acciones en las cuales se mutila el pene. Además, se dice que su última gran “acción” fue su suicidio, realizado un día de 1969. Sin embargo, en este sentido vale la pena leer con detenimiento el ensayo de Philip Wilcolmlee Barnes, titulado The Mind Museum: Rudolf Schwarzkogler and the Vienna Actionists, en el cual se sugiere que la amputación del pene pudo ser una farsa y quizá nunca hubo un suicidio planificado como hapenning, pues igual pudo caer accidentalmente por la ventana o lanzarse en un momento de depresión. Añadamos que pudo ser empujado. Y es que uno de los más cercanos de Schwarzkogler, Peter Weibel, lo describe años más adelante como un dandy y un poseur cuyos hapennings podrían ser irreales (recordemos que la mayoría de ellos fueron mostrados en fotografías).
El hapenning se expandió como una granada que ha estallado y repartido sus fragmentos en todas direcciones (flagelaciones, sangre, choques de vehículos, etcétera). Se supone que un actante del hapenning persigue exponer sus puntos de vista sociales, políticos, psicológicos o de cualquier índole por medio de la provocación. Existe un excelente estudio del doctor en Bellas Artes, Ramón Almena, publicado en Internet (http://www.criticarte.com), en el cual analiza la Performance art y todas sus ramificaciones. En el mismo cita a una autora que lo define sencillamente como “arte en vivo por artistas”.
No obstante se sigue practicando en el presente siglo, quedan ya registrados en la historia varios nombres como el de Gina Pane, quien vestida de blanco se clavó espinas de rosa en su antebrazo y luego se cortó con una hoja de afeitar (Acción Sentimental, 1972). Otra mujer, Valie Export, paseó a su novio gateando y amarrado como a un perro por las calles de Viena (Pamplet on Doggy-ness, 1968), para realizar una inversión de roles masculino-femenino. En su acción titulada Action Pants: Genital Panic (1969), ella se paseaba a la salida de un cine porno mostrando su vulva y armada con una metralleta, gritándole a los espectadores (acaso era una protesta pública por la mujer-objeto).
El estadounidense Chris Burden se hizo disparar en el hombro (Shoot, 1971) y crucificar sobre un carro (Volkswagen); Vito Aconcci se mordió todas las partes de su cuerpo hasta donde su boca alcanzaba; el australiano Stelarc, desde finales de los años sesenta hasta finales de los ochenta, se colgó desnudo con ganchos metidos entre sus carnes a 30 metros de altura. Otro ejemplo de mortificación es el de Ulay y Marina Abramovic, quienes se golpearon con fuerza en la cara durante más de 20 minutos (Light-dark, 1977). Los mismos, en su acción Interruption in Space (1977) corrían a toda velocidad hasta estrellarse contra un muro instalado al centro de una galería. Menos tortuoso es el hapenning del polaco Roman Opalka, quien se hace un retrato fotográfico cada día, desde 1972.


FETOS, CADÁVERES...

En el hapenning ha habido desde exhibición de la menstruación hasta la comida de fetos que protagonizó el chino Zhu Yu (quizá usted también recibió uno de esos odiosos correos en serie o forward). Esa acción, titulada Eating people, fue difundida por la Internet. Se publicó también una de los chinos Cai Yuan y JJ Xi cuando sacan del refrigerador una botella con alcohol que contenía un pene y que se bebieron en un bar de Pekín. Es conveniente recordar aquí nuestro voto de duda contra Schwarzkogler, pues no sabemos si los fetos de los chinos eran de pan de manteca.
Por otro lado, lejos del hapenning pero bastante escandalosa ha sido la exposición de cadáveres Köerperwelten (Mundos corporales), del médico alemán Gunther Von Hagens, quien además realizó una autopsia en público.



EN GUATEMALA

Una de las acciones más efectivas que ha habido en Guatemala fue la realizada por Regina José, en el año 1999. Ella se subió, vestida de blanco, al arco del edificio de Correos. Colgada de una cuerda leía sus poemas (sin altoparlante) y luego los dejaba caer, uno a uno. La gente se agachaba a recogerlos y los leía. Aquel medio día, Regina José logró que la poesía detuviera el tráfico, entre semana y en una de las calles más transitadas del país.
Ninguna acción ha vuelto a tener tal impacto en la ciudad. Lo que ha venido después ha sido una copia ingenua de las flagelaciones de los años 60 y 70. Son un poema lírico y cursi, además de obsoleto, que canta al dolor y la desnudez. Por ejemplo, una muchacha metió a un perro muerto a una galería; Tomy García se sentó en un inodoro en la vía pública; el mismo se disfrazó de futbolista y cargó una cruz alrededor del Parque Central. Aníbal López dio de comer a un indigente en un restaurante; otro día le pintó un punto a una camioneta (para negar así que una línea es un punto en movimiento); además grabó cómo se prepara él mismo una taza de café (¿?); y regó cenizas sobre la Sexta Avenida de la zona 1, previo a un desfile del Ejército. Acción que, según parece, le celebraron mucho en una Bienal de Venecia, ciudad en la que además Regina José caminó desnuda. Igualmente desnuda, ella se metió a una tina en un centro comercial de Guatemala. Otra vez, contrató a una luchadora para que la moliera a trancazos y somatones, representando así “los golpes que da la vida” (¡!). Y lo más reciente, mostró un vídeo donde deja constancia de que se mandó “revirginizar” (le reconstruyeron el himen).
Cada cual es libre de coserse donde prefiera, especialmente si lo que intenta es protestar contra la injusticia y discriminación, pero conviene cerrar con una reflexión, semejante a la que citan Flavia Acosta y Ana Battistozzi en su ensayo Los polémicos límites del arte: el siglo XX se ha caracterizado por la violencia, por “las ideologías macabras y asesinas: ¿No es la estética del enemigo la que finalmente ha triunfado?”
“ ¿No es acaso la estética de la violencia, la macabra, la del enemigo, la que finalmente ha triunfado?”

Roman Opalka
Se hace un retrato fotográfico cada día, desde 1972.

Gilbert y George
Italiano el primero (1943), inglés el segundo (1942), se exponen a sí mismos como esculturas desde 1969.

Köerperwelten
Mundos corporales es una exposición de cadáveres, creada por el alemán Gunther Von Hagens.

Piano activity
Philip Corner en una de sus presentaciones (1962) "destruyó" un piano, lo suyo fue crear una sinfonía provocada con el ruido de la destrucción.

miércoles, 23 de junio de 2010

Antropóloga de la fotografía/ libro de Jean-Marie Simon

Juan Carlos Lemus

Guatemala tiene todavía frescas las heridas que le fueron abiertas durante el conflicto armado interno. Es un tema que suele ser abordado con cierto fastidio, pues muchos piensan que es momento de perdonar, olvidar y avanzar, pero, generalmente, tales muestras de optimismo se amparan en una profunda y vergonzosa ignorancia de los hechos ocurridos en estas tierras.
Visto sin tapujos, el país tiene humeantes las llagas que se acostumbra disimular con el maquillaje de la firma de la paz, en 1996. Y las nuevas generaciones tienden a desconocer detalles de ese pasado. Es algo así como un cuerpo ulcerado que debe continuar su camino, con gasas y vendas en la cabeza, de pie, hacia el futuro. Naturalmente, más daño le haría sentarse sobre su propio polvo a lamerse las heridas, pero enfaticemos que avanzar no es necesariamente ignorar. Y aquí está este libro de la estadounidense Jean-Marie Simon para ilustrarnos una época en la que nuestro país se inundó de sangre, marcando así el rumbo por el cual hoy vamos perdidos, en desbandada.

La autora de Guatemala: Eterna primavera, eterna tiranía, libro de fotografías con apuntes suyos sobre la historia del país, vino cuando tenía 26 años. Era una muchacha que sin duda maduró a fuerza de hallarse frente a frente con las alas de la maldad humana desplegadas. Vio de cerca la ira del ave mortuoria que picoteaba el vientre de las personas y las restregaba entre las multitudes; que revoloteaba entre el suplicio de estudiantes, pobres, inocentes, y de cualquiera que atravesara la ruta de su pico y garra.

Todo ello, un cuadro tan macabro como verdadero, fue avalado y apoyado por el Gobierno de Estados Unidos, a través de su Departamento de Estado.
Las impresiones de ese período las captó con su Olympus OM-1 y OM-2, con lentes de 28 y 50 milímetros de película Kodak. Los resultados fueron expuestos en una primera edición, en 1988, en inglés (W. W. Norton & Company). Este año se presenta la edición en español, con el apoyo de varias personas e instituciones, entre ellas la de los conocidos fotógrafos Daniel Chauche y Andrés Asturias.

En la actualidad, es relativamente fácil ponerse de pie y dar la cara, cuestionar y aún contradecir al presidente, al ejército y a todo el Ministerio de la Defensa, pero estas 145 imágenes hablan de una época en la que el miedo se erigía sobre la nación como si fuera el Sol calentando los tejados. Bajo el cielo, un pesaroso pueblo murmuraba su inconformidad, varios intelectuales morían en tanto que otros festejaban. También puede que hoy sea fácil viajar con una cámara, retratar poblados, a una tropa militar o al más sanguinario de los generales; es algo que suelen hacer los turistas y algunos fotógrafos para vender postales; pero lo que hizo Jean-Marie Simon, a partir de 1980, fue algo muy singular. Desafió en secreto las leyes de la perversidad. Por haber tomado esas fotografías pudo ser acusada de terrorista, de apoyar a la insurgencia y así concluir su vida en una trágica, humillante y harto violenta muerte, como sucedió con amigas suyas.

Su libro —de lectura clara y directa (edición de estilo de Ana Pamela Escobar Paul)— describe lo investigado por su autora y muestra las imágenes que tomó de 1980 a 1987; de esa cuenta, pasa revista a una horda inhumana involucrada en el genocidio, con nombres y apellidos. Solo el gobierno de Lucas García, por citar un ejemplo —nos refresca la autora citando a Amnistía Internacional— fue más violador de derechos humanos que Idi Amin en Uganda.
Su manera de exponer tales catástrofes hace que las heridas sean comprendidas desde un punto de vista histórico y social; vistazo que el lector dará sobre un pasado antropófago y generador de muchas de las actuales infecciones políticas y sociales.

Jean-Marie Simon pudo desarrollar su adultez, sin ningún problema, a partir de los 26años en su natal Estados Unidos, país de las hamburguesas y de los niños gordos, pero se arriesgó a recoger testimonios durante una de las épocas más tenebrosas de Guatemala. Tales documentos dan forma a este libro que la evidencia como una antropóloga innata, sin tal título, pero con cámara en mano y valentía en el corazón.

Por nuestra parte, auguramos la popularización del tomo, pues es muy valioso y habrá de superar el hecho de que, por ahora —y paradójicamente— debido a su precio, solo es asequible a grupos socioeconómicos medios y hegemónicos.
Ana Martínez de Zárate nos comparte, en las siguientes dos páginas, una entrevista que le hizo hace pocos días, vía Skype, a Jean-Marie Simon, quien se encuentra en Washington D.C. en donde vive, y que pronto dejará para venir a presentar esta edición de Guatemala: Eterna primavera, eterna tiranía, libro que pesa 40 años en sus 272 páginas.

El soneto/ Su intrincado recorrido

De la rigurosa métrica del siglo XIII, al desborde visual del XXI.

POR JUAN CARLOS LEMUS

En el principio ya era la poesía y la poesía se hizo verbo escrito. Vagó por extraños caminos. Apareció en el siglo XIII, transfigurada en forma de soneto, con características métricas y rimadas. Tiempo más tarde sufrió modificaciones de las más extravagantes.La rigurosidad formal del soneto, de 14 versos endecasílabos distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos, trajo consigo la rebeldía de sus propios creadores. Su concepción se atribuye al poeta siciliano Giacomo Da Lentini, en el siglo XIII.

Si en un principio escribirlos fue una tarea sublime, una especie de lo que sería la llama perpetua de la poesía, su forma se transformó en camisa de fuerza. Obedecer al canon era permanecer dentro de una jaula de oro. Fue así como apareció el verso libre. La experimentación, palabra clave para el desarrollo del arte de todo el siglo XX, fue la bandera que sustituyó al solitario poeta que ya no contaba con los dedos sus endecasílabos.

Surge, entonces, un nuevo gozo del cual se pensó que sería la nueva reina de la estética mundial. La poesía bordeó lo sublime y la brutalidad, toda una nueva dinastía de poemas apareció en el horizonte, llenando de pasión y de poder las hojas acariciadas o acuchilladas, según el ritmo interno de cada poeta. La nueva forma tenía la libertad de los caballos que avanzan y bailan, retroceden, se asoman a la orilla de un barranco, saltan entre dos peñones a la manera del caballo del Zorro, y relinchan frente al orificio rojo de su objetivo.

La era de la nueva poesía se asomó también como una llama perpetua que iluminaría todos los costados de la literatura. Pero, de igual manera, eso fue insuficiente; los poetas experimentaron la mezcla de sus textos con objetos plásticos. Pero, si era posible unir la plástica a la poesía, ¿por qué no hacerlo con la música? Y surgió el poema fonético. También eso abrió las puertas a nuevos caminos: el de la irracionalidad, por ejemplo.

Pero retornemos a mucho antes, a los versos de Petrarca, en su Cancionero, que traían delicadeza y belleza intrínseca (“Por hacer más galana su venganza/ y cobrar mil ofensas en un día,/ ocultamente el arco Amor traía/ como el que ocasión busca en su asechanza”); si Quevedo se había animado a inventar una variante, el soneto con eco (es el amor: “...un ardor que si no se mata, mata”, “flechero que al que se retira, tira;/ cadena fuerte que aun de plata, ata;/ y mal que a muchos ha tejido nido”); si en los versos libres, como los de Huidobro, la metáfora era privilegiada (“Mujer, eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña”), la nueva poesía, más rebelde que un asno, protagonizó escándalos con sus modos fonéticos.
El vienés Raoul Hausmann (1886-1971) introdujo el irracionalismo extremo. Su poema Kp’erioum no dice nada -tradicionalmente hablando, por supuesto-, veamos: “pernoumum/ bepretiberrerrebee onnooooooooh glanpouk/ kommpout perhoul/ rreeeeeeEEErreeeee A/ oapderree mglepadonou mtnou/ tnoumt”.

Su interés en destruir las formas estéticas tradicionales dio paso a la combinación de ruidos. Antes ya había publicado su famoso poema Fmsbw.
Man Ray, por su parte, en la misma época (1924), lanzó su Poema fónico mudo, el cual no incluye una sola letra sino solo líneas.

Contrariamente a esa irracionalidad, Darío había devuelto el brillo al soneto, antes de su muerte (1916), aunque no siempre con las normas clásicas sino con versos alejandrinos (Caupolicán, en Azul). El mismo Darío hacía sonetos en los que mezclaba endecasílabos y heptasílabos. También contrarrestaban la irracionalidad los autores de la Generación del 27 (Gerardo Diego, Rafael Alberti o García Lorca) que revitalizaban el soneto; lo mismo hacían otros poetas en Francia (Baudelaire, Rimbaud, Verlaine).
Métrica, plástica, fonética, todo contribuyó a un nuevo movimiento: el concretismo. Su fundación se reconoce a partir de la publicación del manifiesto del grupo Noigandres, en 1956, y ese mismo año se celebró la Exposición Nacional de Arte Concreta de Sao Paulo. En este tipo de poesía no importa cada palabra, sino el conjunto que forma nuevos códigos visuales (por ejemplo, la palabra botella tiene un significado dado por las letras; en el concretismo, “botella” es una palabra cuyas letras pueden dibujar una botella). Eso dio la pauta a la llamada poesía visual (imágenes con o sin palabras).


Poesía digital

Es muy posible que a un auténtico borracho no le interese probar esas bebidas de chef cuyos nombres suenan a tragos para señorita: Martini Gibson, Gin-fizz, margarita, egg-nogg, daiquiri, Manhattan, Alexander, Clericot, Alfonso XIII... y la Bloody Mary que los parió.

Con los tragos sucede lo que con el soneto. Su perfeccionamiento dado por Cavalcanti, Dante y Petrarca; sus nuevos giros lingüísticos con Góngora y Quevedo, además de Lope De Vega y Cervantes, le dieron alteraciones (el Manco de Lepanto puso a conversar a Babieca y a Rocinante) que desde entonces, y con el paso de los siglos, degeneraron en nuevos sonetillos; sonetos con estrambote, dobles, con eco y polimétricos.

Las propuestas poéticas del siglo XX son muy variadas, no siempre universales, y entre ellas se encuentran el futurismo (1909), creacionismo (1916), dada (1916), el surrealismo (1917), ultraísmo (1921), concretismo (1956), estridentismo (1922), la poesía visual (a partir de los años 1950) y la holopoesía (de los años 1980 hasta la fecha). Esta última es el dominio de la poesía del espacio temporal, intangible, donde el signo visual cambia su configuración constantemente, pues pertenece al mundo digital.
Hablamos de textos (con letras, imágenes, sonidos, velocidades, chips), cuyo recurso existe en los medios masivos de comunicación. Ejemplo de ellos son los del artista electrónico Eduardo Kac (www.ekac.org), brasileño cuya obra tiene títulos tales como GFP K-9, “siglas en inglés —escribe—, que significan la proteína verde fluorescente que se extrae de la medusa (Aequorea victoria) del noroeste del Pacífico y emite una luz verde brillante cuando es expuesta a rayos ultravioleta o a luz azul”.


Retornando al tranquilo soneto, éste ha sido llevado, incluso, a la ecología. En marzo del 2005, en Portugal, Fernando Aguiar concretó su Soneto ecológico, cuando sembró 70 árboles dispuestos según la estructura y la rima de ese tipo de poema, en una expresión del más puro Land Art.


Los ramalazos experimentales continúan. Hasta el momento no se sabe a dónde irán a parar o en qué momento la holopoesía será obsoleta. Puede que nos asomemos a la era del aerosoneto, o al cosmos del microscopio. Mientras tanto, dejamos flotando en el espacio la pregunta sobre si la nueva forma de expresar atiende a nuevos y extraños sentimientos ensartados ya en el ser humano.



Ruptura total
Los signos desplazan a las palabras. Hay sonetos visuales, como los de José-Carlos Beltrán (Benicarló, Comunidad Valenciana, España).

Soneto romano:
I
II
III
IV

V
VI
VII
VIII

IX
X
XI

XII
XIII
XIV



De signos
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Soneto contable
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x
:
x

:
x
:

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the end, fin, c'est tout.

(guardado como Evolución del soneto/ sonetos/ inicios del soneto/ historia y origenes del soneto)