A Valledupar, Colombia, emigró el acordeón, montado sobre las olas del mar.
Por Juan Carlos Lemus
En Valledupar, los árboles no dan aguacates ni manzanas, sino intérpretes de vallenato. Por doquier sus habitantes arman parranda y cantan, durante horas, acompañados de tres instrumentos que parecieran elevados a la categoría de divinidades regionales: el acordeón, el tambor (o caja) y la guacharaca.
Tal parranda tiene ciertas “reglas”, bastante básicas: se hace a la sombra de un frondoso árbol, o en el patio de una casa, nadie da la espalda a nadie y todo aquel que llega es un amigo al que se le recibe con un fuerte abrazo.
Valledupar fue fundada en 1550 en el valle formado entre los ríos Cesar y Guatapurí (que en dialecto chimila significa “agua fría”). A mediados de 1850, sus tierras hospedaron a migrantes franceses, portugueses e italianos, muchos de los cuales se quedaron para siempre y hoy inciden en el mestizaje.
En 1915 fue declarada municipio del departamento de Magdalena. Y en 1967 quedó inscrita como la nueva capital del departamento de El Cesar.
El clima es cálido como el carácter costeño de sus habitantes, quienes bailan desde el vientre materno. Esto se hace evidente en el bamboleo de las señoras por las calles, el temblor macizo de sus muchachas que se incendian al sonido del vallenato y los galillos varones que se desgañitan hasta el amanecer.
Su arquitectura tiene huellas coloniales; caminar por sus callejones angostos y limpios da una sensación de seguridad; tiene un mercado enorme, un gallero, restaurantes expertos en cocina local y extranjera. Debido a que es un municipio ganadero, el fuerte de las mesas es el asado con la mejor carne. Eso sí, debido a la frescura del cocido y al relajamiento propio de cualquier tierra caribeña que se precie de serlo, la demora puede ser de una hora.
Festival
legendario
Así nace Valledupar:
Estamos en el año 1576. La mujer de don Antonio de Pereira muere de celos porque sospecha que su marido mantiene relaciones con la bella y sensual india Francisca. Ana, la celosa, azota a la india y le corta los cabellos. Eso llega a oídos del valiente cacique Coroponiaimo, quien monta en rabia y decide vengar la ofensa.
Llenos de ira, cargados de flechas y dispuestos a matar a cuanto español se les ponga enfrente, corren los indios itotos, cariachiles, tupes y chimilas. Matan a docenas de españoles, un 27 de abril.
Todavía insatisfechos, continúan su venganza corriendo por los alrededores del Valle de Upar (llamado así porque allí vive el cacique Upar), donde habitan más extranjeros. Prenden fuego a las casas. Lo incendian todo. Muere otro medio centenar de españoles. Pero, inexplicablemente, surge de entre las llamas la figura de una hermosa mujer que con su manto evita que las flechas quemen el templo. Los indígenas huyen despavoridos, van perseguidos por los hombres del capitán manco Antonio Suárez De Flórez.
Llegan a las sabanas de Sicarare (que tiempo después serán llamadas Del Milagro), envenenan las aguas porque saben que sus perseguidores van agotados, sedientos. En efecto, español que bebe agua, español que cae muerto. Pero, de nuevo, se aparece la hermosa mujer, que con báculo en mano toca a los españoles muertos y ¡los vuelve a la vida!
Eso sucedió en el Valle de Upar, con el tiempo conocido como Valledupar, lugar donde se mezclaron las culturas europeas (acordeón), indígenas (guacharaca) y africanas (tambor). La máxima expresión de esa fusión es, precisamente, la música vallenata en sus cuatro aires: paseo, merengue, puya y son; ritmos que se escuchan día y noche durante su famoso Festival de la Leyenda Vallenata, que se celebra cada año, desde hace 41, los días del 26 al 30 de abril.
El acordeón
Pocos lugares en el mundo se especializan con tanto coraje y virtuosismo en la interpretación del acordeón. Según quien cuente la llegada del instrumento al valle, unos afirman que sucedió cuando encalló un buque alemán que los traía consigo. Otros, que fue cuando eran trasladados por tierra y quedaron esparcidos luego de un accidente hasta que los aldeanos los recogieron, reafinaron y perfeccionaron. Pero la tercera versión -sin duda alguna la verdadera-, es que los acordeones vinieron solos, encaramados sobre las olas del mar, buscando un lugar donde pudieran ser bien interpretados.
Durante el festival, la ciudad es —textual y gratamente— invadida por la música y el baile. Sin descanso, los restaurantes, bares y parques son el centro de aglomeración. Los vecinos sonríen todo el tiempo, embriagados de música. En las calles se montan escenarios en los que competirán los hombres por conquistar el título Rey Vallenato u otras varias categorías.
Los primeros acordeonistas eran correos cantados. Llevaban de pueblo en pueblo un tipo de periodismo musical en el que contaban los últimos sucesos. De esa cuenta, las letras tienen un gran sabor local; son historias de amor, engaños y sucesos cotidianos.
Ya entrado el festival, por las calles pasa el desfile de las pinoleras, al cual se suman colegios, escuelas, comercios, academias de baile y estudiantes de la universidad, todos visten trajes regionales.
La ciudad colombiana de Valledupar, municipio del departamento El Cesar, no tiene una publicidad turística tan retumbante como la de Cartagena de Indias; ni la resonancia mundial de su departamento hermano, Bogotá. Sin embargo, es uno de los lugares más representativos y hermosos de la cultura colombiana.
Hace años tuve el gusto de estar en casa de Rafael Escalona (con él adentro, por supuesto) ese gran juglar del vallenato autor de “La casa en el aire” y “El testamento”. Cuando murió, a los 82 años de edad, no pude sino recordar su elegante sombrero, bordado con su nombre. Aquel gran músico, tata musical de grandes como carlos vives, es aquel que GG Marquez incluyó en su novela Cien años de soledad, como un personaje de Macondo (el sobrino del obispo). Para él este sencillo recuerdo de una parte de su tierra, el Cesar.
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Clima
Valledupar es una tierra privilegiada por su hidrografía, fauna y flora. Su clima se mantiene alrededor de los 32°C; es tierra de juglares y de grandes compositores. Sus danzas y artesanías son una síntesis de sus ricos valores culturales.
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