martes, 7 de diciembre de 2010

El Chavo del 8 visto desde el 2010

Además de divertidos, los personajes son vanidosos, egoístas y crueles.


Por Juan Carlos Lemus

Su microuniverso tiene como punto de partida un barril instalado en una vecindad del Distrito Federal, en México. Se trata de un niño pobre —para muchos divertido y enternecedor— llamado Chavo del Ocho. Su vida y ocurrencias han sido aplaudidas en Latinoamérica, Japón, Alemania, Portugal, Estados Unidos, Francia, Italia y otros países.El personaje es el eje de un escenario en el que cohabitan otros niños y adultos. La serie de televisión, vista por primera vez en 1972, tiene seguidores, pero también detractores. Eso no debería extrañarnos, pues hasta los íconos sagrados de la Humanidad son cuestionables y tienen sus críticos que los despluman; por lo que despellejar los contenidos de una serie humorística es tan solo un acto rutinario de la semiología, o la sociología, según sea el caso. Recordemos, a propósito, el revolucionario ensayo Para leer al Pato Donald (1972), de Ariel Dorfman y Armand Mattelart, que analiza desde la lente marxista la literatura de masas.

De manera que cuestionar el inocente barril y su entorno no es algo novedoso, pero es real y puede resultar interesante observar desde otro punto de vista lo que nos entretiene. Por ejemplo, esa serie que a muchos nos hizo reír, podría resultar un cosmos despiadado, prejuicioso, violento y cruel. En efecto, nuestro amigo el Chavo del Ocho no titubea en arreglar a golpes sus diferencias con Quico. A su vez, el Chavo es golpeado frecuentemente por un tipo haragán —Don Ramón— que sufre las burlas y provocaciones de un niño egoísta y estúpido —Quico—, cuya madre prejuiciosa —Doña Florinda— lo cachetea cuantas veces quiere. Don Ramón —ese golpeador de niños— no solamente es víctima del desempleo, sino que mantiene —como escribe el ensayista chileno* Juan Carlos Ramírez— “una falta de iniciativa alarmante”.

El sector educativo, representado en el Profesor Jirafales, se evidencia como ente corrupto cada vez que el maestro exhibe predilección por el hijo de la mujer que desea —Doña Florinda—. La Chilindrina es chismosa y… En fin, son personas en permanente conflicto y agresivas, pero divertidas.
El Chavo, creado por Roberto Gómez Bolaños, refleja la disfuncionalidad familiar y social de un México de los años 1970. Acaso es el reflejo de toda Latinoamérica y de muchos países en todo el mundo.

Según el autor, el personaje nació de un niño real, al que después de lustrarle los zapatos, tras haber recibido su propina, se puso a saltar de la manera como lo hace el Chavo en cada capítulo. Si bien es cierto que la serie tiene ejemplos de vanidad —para Doña Florinda los demás son chusma—, egoísmo —Quico presume sus paletas delante de sus amigos—, abuso de autoridad —los mayores les pegan a los niños—, pobreza, miedo, soledad, intriga, etcétera. En honor a la verdad, añadiremos que la mayoría de programas de televisión tienen esas y otras “alhajas”.

Entre los ensayistas más férreos, cuya escopeta está puesta sobre el Chavo, como programa, se encuentra el doctor en Filosofía Fernando Buen Abad Domínguez, reconocido mexicano editorialista de diversos diarios y suplementos culturales en América Latina, quien en alguna oportunidad despedazó al Discovery Channel por su frivolidad y enfoque pro estadounidense. Él escribe en su ensayo Para leer el Chavo del Ocho algunas afirmaciones que probablemente irritan a los defensores de la Vecindad. Veamos algunas de sus perlas: “Uno mira al Chavo, sin familia, sin casa, sin contención social… golpeado por una historia, familiar, económica, política… de clase, que nadie parece conocer, y donde se llora, como corolario del destino, en el laberinto de las hipocresías”.

En el mismo ensayo: “Gómez Bolaños, apoyado por uno de los monopolios mediáticos más cuestionables, (y viceversa) un producto de consumo comunicacional armado con estrategias escénicas, tecnológicas y publicitarias en un mercado mediocre que se regodea impunemente frente a sociedades colonizadas y devastadas por la miseria”. Y este otro: “Cuestionar al Chavo no implica traicionar a quienes lo disfrutan, incluidos nuestros hijos, pero implica interrogar e interrogarnos por qué ese entretenimiento televisivo basado en la violencia contra un niño callejero, tierno y todo, divierte; por qué tanta fama, éxito y regalías, por qué tanta repetición y tanto homenaje. Qué retrata de nosotros, qué nos impone, qué no sabemos y deberíamos saber. Cuál es el negocio y cuánto nos cuesta, en todos sentidos”.

El ensayista Juan Carlos Ramírez Figueroa, en su ensayo Acúsalo con tu mamá Kiko (sic), escribe que el programa es “un ejercicio de crueldad colectiva, de abandono colectivo funcional en el cual ese niño de la calle —que no tiene ni amparo ni protección ni acompañamiento ni solidaridad básica— ese, por ser golpeado y porque chilla, nos entretiene, nos divierte”.
Otro enfoque interesante del mismo ensayista es la relación sicoanalítica que establece: “Quico y la Chilindrina son entes manipuladores. El primero con un nudo edípico está preso de su clasismo. La segunda es la Electra que se libera manipulando emocionalmente a su fracasado padre”. Y añade, refiriéndose a que al Chavo le regalan tortas de jamón y le dan, en cierta manera, cobijo: “¿No es acaso esta actitud pasiva y manipuladora una especie de dispositivo de cómo debe comportarse un perfecto idiota latinoamericano? ¿No es esta espera de “beneficencia” una desviación perversa del caritas cristiano? ¿No es esta moralidad boba como espera el poder que nos comportemos?”

Los orígenes y la vida del personaje el Chavo del Ocho están detallados en el libro Sin querer queriendo. Memorias, de Gómez Bolaños. También esa publicación es motivo de críticas. Es el caso de Ramírez Figueroa, para quien el tomo “es una extensión y profundización terrorífica sobre cómo se construye un personaje/ícono televisivo. Un cúmulo de chistes tontos como estos: ‘La gente dice que en esta ciudad ya no se puede respirar porque el aire está muy condimentado’; o autocompasión cliché: ‘Porque yo estaba tan feo que cuando jugábamos a las escondidillas los demás niños preferían perder antes que encontrarme’”.
Otro de los factores abundantes en la serie es el uso de apodos. Cachetes de marrana flaca, la Bruja del 71, la Vieja chancluda, El niño gordo es Ñoño, el alto es Jirafales —por jirafa—, entre otros.

Con todo y eso, sería injusto calificar aquí el programa, 40 años después de su creación, pues la intencionalidad de su autor, el ingenioso Gómez Bolaños, habrá sido muy distinta a los recovecos que le encuentra cualquier crítica. Lo que antes parecía divertido, hoy puede parecer desagradable. En otras palabras, no podríamos acusar al creador porque quizás nos ponga delante a nuestros padres, primos, tíos y vecinos de los años 1970, aquellos que en Latinoamérica se corregían a golpes.
Es más, sociedades como la nuestra no solo han mantenido iguales niveles de violencia desde esa década, sino que los han agravado de manera exponencial.




Breve historial

Roberto Gómez Bolaños, creador de la serie, es ingeniero de profesión; fue futbolista y boxeador amateur. Su vida se detalla en el libro de su autoría Fue sin querer queriendo (Ediciones Aguilar, 2006).
La prehistoria del Chavo se remonta a finales de los años 1960, cuando Bolaños actuó en el canal 8 de la televisión mexicana. Sus primeras series se llamaron El ciudadano Gómez y Los supergenios de la mesa cuadrada.
Un sketch de 1971 dio origen a Chespirito. Por entonces, el Chavo, apareció junto a otro personaje, la Chilindrina. En 1973 se convirtió en serie semanal, la cual duró hasta 1980. Hasta 1992 hubo segmentos del programa en la nueva serie Chespirito, y desde 2006 se transmite la serie animada.
Detrás de la serie cómica hay una novela verdadera de dinero, poder y demandas judiciales.
Casi todos los miembros del elenco tuvieron desacuerdos que terminaron en enemistad. Tal es el caso de Chespirito con Carlos Villagrán y María Antonieta de las Nieves. Ramón Valdés se alejó de él en 1979, probablemente por razones de salario.
Durante una visita de Gómez Bolaños a Perú, en julio de 2008, Carlos Villagrán comentó a un medio que había trabajado con narcotraficantes. Pocos días después, sin embargo, el mismo Villagrán se retractó de lo que dijo.
Entre el 2002 y el 2005 hubo un proceso legal iniciado por Gómez Bolaños para que María Antonieta de las Nieves dejara de utilizar el nombre la Chilindrina.
El Chavo del Ocho se titula: en portugués, Chaves; en alemán, Der Junge aus der 8; holandés, De Jongen van Nummer 8; italiano, Cecco Della Botte; y en francés, Le grosse huit, entre otros idiomas.Fuente: www.chespirito.com




“El Chavo del Ocho es un relato que beatifica la inmovilidad social latinoamericana”
Juan Carlos Ramírez Figueroa
ensayista y periodista mexicano





“Cuando me preguntan que cuál ha sido mi mayor éxito, esperan que responda que el Chavo o el Chapulín, pero no. Mi mayor éxito fue haber dejado de fumar. Y lo digo con toda la sinceridad del mundo”.
Roberto Gómez Bolaños,
creador del Chavo del 8


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* El investigador Juan Carlos Ramírez es chileno. Escribo esta aclaración porque tanto en el artículo escrito en papel, así como la versión anterior en este mismo blog, escribí que era de nacionalidad mexicana. Agradezco a Daniela -hasta el revolucionario Santiago de Chile- por hacer la corrección.

3 comentarios:

  1. Hola Juan Carlos. De casualidad llegué a este texto y debo mencionar que soy la novia de Juan Carlos Ramírez Figueroa, Daniela. Y si bien estoy contentísima de que lo hayas citado, no puedo dejar de corregir el importante dato de que él, como yo, es chileno, no mexicano. Un abrazo desde el revolucionado Santiago de Chile.

    D.

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  2. ESTE ES EL MEJOR PROGRAMDE HUMOR QUE HAN PODIDO CREAR LOS HUMOSRISTAS DE VERDAD QUE ES UN PROGRAMA DONDE ME VEO LOS CAPITULOS VARIAS VECES Y ME VUELVO A REIR !! FELICIDADES POR ESTA GRAN SERIE

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  3. Saludos hasta el revolucionario Santiago de Chile, Daniela. Ya hice la corrección. Salud y amor.

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